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Manos limpias

Columna de opinión escrita por el sacerdote Luis Felipe Restrepo, Rector de la Universidad Javeriana Cali y miembro del Consejo Directivo de la UAV, para el periódico El País. (Ver artículo original)

Uno de los primeros valores que nos enseñan nuestros mayores en la niñez es el de la honradez. Mi abuelita decía: “Dios prefiere las manos limpias que las llenas”, esta frase que no fue tan clara en esos primeros años tuvo pleno sentido cuando la vida me permitió estar cerca de cargos de responsabilidad. En ese momento entendí que ejercer el poder con transparencia y probidad, en ciertos contextos donde los sentimientos morales de la población y de los gobernantes no aprecian la honradez, es un desafío muy grande.


Se necesita el concurso de toda la sociedad para que la honradez sea reconocida como un valor preciado, se preserve y haya sanción social cuando se comete una falta. Rousseau planteó que el ser humano tiene que enajenar todas las voluntades que lo inclinan a satisfacer sus necesidades, deseos e impulsos, para someterse al contrato social, a ese tácito acuerdo de mínimos que nos permite vivir individualmente libres, a pesar de haber cedido los impulsos por el bien común.


A pesar de lo anterior y de lo que se pueda atribuir a la naturaleza humana, a su propio instinto o a sus sentimientos morales, se debe reconocer lo mucho que incide la vida social, en la ambición, el egocentrismo, la violencia y la corrupción que hace que cada individuo actúe por encima de los valores que aprendió en la escuela y en su pequeño núcleo familiar. No se trata solo de que la persona haya crecido con mensajes proclives a la honestidad, sino de que el mundo social en el que se inserta, le verifique o le repruebe su conducta. ¿Cómo es ese contexto social en el que gobiernan nuestros representantes y, cómo es el de las personas que inciden sobre nosotros en el poder?


Norbert Elías, experto en la relación entre poder, comportamiento y emoción, dice, en su libro sobre el proceso civilizatorio, que la única forma en que podemos resistir y superar la dificultad que comporta vivir en sociedades tan complejas, es el autocontrol, la autovigilancia constante, la autorregulación, aún cuando esto pueda ponernos en riesgo de exclusión o de muerte. Eso, ya lo sabemos, es lo que pasa a muchas personas en territorios donde manda el narcotráfico, o donde las prácticas corruptas se vuelven estructurales.


El Contrato Social, que se actualiza en tantos acuerdos, convenios, cumbres, se convierte en oportunidad para reconocer los valores y comprometerse a la honradez con mayores consensos sociales; en esos momentos se reactiva el autocontrol y la autorregulación con el favor social, procurando la fuerza para declinar las motivaciones e intereses individuales en aras de la convivencia, la justicia o la paz en sociedades complejas, heterogéneas y multiculturales.


La honradez genera confianza, que disminuye el costo infinito de las transacciones en sociedades corruptas; la confianza genera capital social y permite que las sociedades crezcan, que los individuos avancen, con menos violencia, mayor equidad y en libertad; pero esto no puede ser el deseo o la voluntad de unos cuantos, es un tejido social difícil de urdir, pero sin el cual es imposible vivir. Es un acuerdo social que toca seguir posicionando sin rendirse, sin declinar, por difícil o imposible que nos parezca.


¿La honradez es una utopía? Sí, necesaria, urgente y definitiva para que exista futuro. Es esa siempre necesaria costumbre de preferir las manos limpias que llenas.

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