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Momentos críticos


Columna escrita por Alfredo Carvajal, para el periódico El País. Ver artículo original


Estamos atravesando un período difícil de la historia de Colombia que debemos enfrentar. La corrupción es un tema muy serio que aparece en el primer plano. Su accionar contaminó las dos últimas campañas presidenciales de los candidatos con mayor opción de ser elegidos. La respuesta del presidente Santos ante la evidencia, fue que se estaban enterando por primera vez, Oscar I. Zuluaga decidió retirar su candidatura para representar el CD. En nuestro país se exime de la responsabilidad política la ignorancia de la conducta de sus subalternos. Esto no ocurre en otras latitudes como Alemania y el Reino Unido, donde los primeros ministros renuncian ante los desafueros de sus colaboradores por la sencilla razón de que los ungidos con la autoridad, lo que más necesitan para ejercerla a cabalidad es la confianza de sus gobernados. Sin confianza no existe liderazgo y se vulnera irremediablemente la gobernabilidad. No es la primera vez; el caso de Ernesto Samper fue aún mucho más grave, por las circunstancias y los hechos. Se trató, ni más ni menos, de una inmensa donación en efectivo de los narcotraficantes a su campaña. Lo que agrava aún más la crisis en la actualidad es que según la más reciente encuesta de la firma Gallup todas las instituciones más relevantes de la nación han perdido credibilidad ante la opinión pública, prácticamente sin excepción, excepto el desempeño de algunos alcaldes de ciudades importantes, y unos pocos gobernadores. Se rajan el Congreso, como es lo usual, el Presidente, el Sistema Judicial, los Órganos de Control, la Policía, los partidos políticos, se salvan las Fuerzas Armadas y la Iglesia Católica aunque con tendencia descendente. El pesimismo está a flor de piel. La pérdida de la confianza y la credibilidad en nuestras instituciones más representativas es muy grave. En la política no existen vacíos, alguien los llena. Lo peligroso es que la sustitución resulte peor que los males que nos agobian, como ocurrió hace 18 años en Venezuela. Colombia ha sorteado muchas crisis anteriores como el 9 de abril de 1948, el cruento enfrentamiento entre liberales y conservadores, el asesinato de cuatro aspirantes a la presidencia en 1990, el fallido experimento del Caguán, el ridículo de la prisión de Pablo Escobar en la Catedral, un presidente que no vio como “un elefante se le entraba a su casa”, un Congreso cooptado por narcotraficantes, podríamos continuar mencionando crisis, sin embargo en aquellas ocasiones existieron instituciones y/o personas con credibilidad, fuerza de opinión y liderazgo que permitió superarlas y avanzar. A lo anterior debemos añadir el proceso de paz que nos ha partido en dos mitades irreconciliables, frente a las cuales se encuentran dos líderes que con sus posiciones personales antagónicas se han debilitado hasta perder parte de su credibilidad. Ambos se han equivocado, sin admitirlo. Es imperativo que los líderes y políticos actuales se convenzan que deben cambiar 180° para recuperar el respaldo que se requiere, para conducir el país y las instituciones a puertos seguros, o que surjan en el fragor de la próxima contienda electoral para el Congreso y la Presidencia nuevos líderes incontaminados e intachables que prediquen las verdades y las soluciones, sin populismos fracasados, con valor para confesar sus errores.

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